Les recomiendo
encarecidamente la lectura del último pulitzer “El emperador de todos los males” de
Siddhartha Mukherjee, una biografía científica y humana de esta enfermedad
totem que representa mejor que ninguna la lucha de la medicina contra la
enfermedad. El autor relata magnificamente como de ser poco menos que
innombrable y mancilladora pasó a ser, gracias a depuradas técnicas de
marketing social y lobbismo político, la enfermedad con más recursos dedicados
a investigación de la historia de la medicina y la que con más eficacia ha
movilizado la solidaridad ciudadana o los medios de comunicación.
Siempre ha sido una
enfermedad prioritaria para la industria farmacéutica pero es en los últimos
años, debido a la revolución biotecnológica, cuando este interés se ha visto
acompañado de una explosión de nuevos medicamentos, algunos de ellos, como el
imatinib para la leucemia mieloide crónica, con resultados realmente
espectaculares.
Estos nuevos
medicamentos antineoplásicos biotecnológicos son los principales causantes de
la imparable escalada del gasto en farmacia hospitalaria que, según los últimos
datos, puede ya haber superado el 10% de toda la inversión pública en sanidad,
tras haberse doblado en la última década y ser, de manera destacada, el
concepto más inflacionista de todas las partidas de gasto.
En el trabajo se
denuncia como en la última década se está acelerando la aprobación de nuevos
medicamentos anti-neoplásicos por las agencias reguladoras, basándose en
estudios incompletos y variables intermedias débiles lo que supone, en la
práctica, la introducción de unas moléculas escasamente testadas, escasamente
útiles en términos de supervivencia total o beneficio relevante para el
paciente, muy tóxicas y, por supuesto, enormemente costosas.
En este asunto se
alían de manera perfecta los intereses económicos de las farmacéuticas, con la
presión de los ciudadanos, la atención prioritaria de
los medios de comunicación, siempre atentos a cualquier mínimo avance, y el
interés de los oncólogos por
ofrecer cualquier tratamiento que pueda suponer una mínima ventaja para el
paciente con diagnóstico infausto (regla del rescate). A ninguna otra
especialidad médica le rechinan más los argumentos acerca de la eficiencia de
las terapias que a los oncólogos. Probablemente en ninguna otra área médica los
enfermos aceptan someterse a terapias con tan poca evidencia de efectividad y
seguridad, siempre en nombre de la “heroica lucha por la vida”.
No hay mejor metáfora
que la “lucha contra el cáncer” para explicar la irracionalidad actual en los fines de la medicina. Una irracionalidad que nos está
saliendo sumamente cara pero de la que es difícil hablar. Por eso hay
que aplaudir el monográfico del boletín farmacoterapéutico navarro que
concluye:
“Podríamos debatir sobre si un medicamento que prolonga la
vida de un paciente durante uno o dos meses adicionales debe ser aprobado
o financiado públicamente. Pero todavía es más desconcertante el comprobar que
muchos medicamentos que no mejoran la supervivencia total reciben
la aprobación de las agencias reguladoras y nos cuestan una auténtica
fortuna a los sistemas públicos de salud y a los pacientes
particulares…. Es cierto que el paciente oncológico es especial, que
normalmente siente que su vida está amenazada y que existe una sensibilidad
especial en nuestra sociedad hacia el mundo de la oncología. Sin
embargo, no debemos perder el sentido común y el rigor científico… Quizás
haya llegado el momento de exigir más rigor en la aprobación y utilización
de los medicamentos oncológicos. Además, tarde o temprano, tendrá que
abordarse la cuestión de hasta dónde podemos o queremos
financiar, con cargo a fondos públicos, los medicamentos oncológicos
que no aportan ventajas claras en términos de supervivencia, tal como sucede
en otros sistemas como el NHS británico”
Hace unos meses en el
NEJM aparecía un artículo, también valiente, firmado por dos oncólogos titulado
“Bending
the Cost Curve in Cancer Care” en el que los autores señalaban la
importancia de que sus compañeros fueran capaces de modular sus decisiones en
relación con el tratamiento de enfermos con cáncer considerando a la vez
calidad, expectativas de vida y costes.
Sugerían cinco cambios
en la toma de decisiones de los oncólogos: (1) limitar la utilización de las
técnicas de imagen y marcadores oncológicos a aquellas situaciones en las que
se hayan demostrado beneficios; (2) limitar los tratamientos combinados en los
cánceres metastásicos sustituyéndolos por la monoterapia secuencial; (3)
limitar la quimioterapia a pacientes con buenas perspectivas de éxito; (4)
reemplazar el uso rutinario de factores estimulantes de colonias por la
reducción de dosis de los tratamientos quimioterapéuticos en pacientes con
cánceres metastásicos; (5) para pacientes que no hayan respondido a tres
regímenes consecutivos, limitar posteriores intentos terapéuticos a ensayos
clínicos
También demandaban
cuatro cambios de actitud en sus compañeros: (1) los oncólogos deben reconocer
que es necesario tener en cuenta el costo a la hora de decidir qué hacer; (2)
oncólogos y pacientes deben modular sus expectativas de éxito de una manera más
realista; (3) se deben integrar mejor los cuidados paliativos en los cuidados
oncológicos; (4) se debe priorizar el análisis del costo beneficio de las
terapias y aceptar algunas limitaciones en su uso
La metáfora del cáncer
explica lo que pasa con esta medicina postmoderna tecnocientífica centrada en
los medios y que ha olvidado sus fines.
La muerte nos espera a
todos pero mientras el cáncer nos devora.
Abel Novoa